Estaba haciendo memoria, tratando de recordar la primera
clase que di. Fue hace 7 años, en la Universidad Pompeu Fabra, y era una clase
abierta a los estudiantes de cualquier disciplina del campus de Ciutadella (Barcelona) que
estuvieran interesados en conocer los impactos jurídico-penales de algo que
estaba de moda en aquella época: los informer.
Parece que hable de tiempos pretéritos, y en cierto modo para mí lo son. Puedo
decir con toda seguridad que no soy la persona que era entonces, se han
sucedido en el tiempo una miríada de Matis hasta llegar hoy aquí. Y las que
quedan…
Desde 2011 he dado otras charlas y clases, en Uría, en
Esade, en la cárcel, todas ellas sobre derecho penal o derechos fundamentales. Pero
nunca había dado clases de idioma, y aquí me tenéis, enseñando un idioma que no
es para mí ni el primero, ni el segundo, ni el tercero. Es el cuarto. Aunque es
cierto que para muchas cosas me desenvuelvo incluso mejor en inglés que en
francés, o en todo caso me siento más cómoda. Sí, se llama colonización
cultural. Hacer bromas es una de ellas, y debo decir que cuando no puedo hacer
comentarios humorísticos o irónicos en el idioma en el que estoy hablando
siento que solo puedo ser parcialmente yo misma. Lo que lamento es que, en esos
casos, la que pervive es la seria con cara de acelga, la peor parte.
Al lío. Doy 2h de clase por la mañana, a un grupo de 19 chicos, y
otras 2 por la tarde a 15 chicas, todos ellos adultos. Me muevo entre dos
campus (Campus II y Bukkaraya) porque los alumnos residentes están segregados
por sexo. No puedo pretender abarcar las diferencias culturales que nos
separan, ni pretendo agotar su estudio en los meses que me quedan, pero sí
puedo describir las sensaciones que tengo tras haberles dado clase durante una
semana (de lunes a sábado).
Mis alumnos de Campus II
No me cabe la menor duda de que tener alumnos como ellos es
un privilegio y un placer para cualquier persona que aprecie transmitir
conocimiento. Para mí lo está siendo más allá de lo que esperaba. Su sed por
aprender es tal que el primer día no había preparado material suficiente para
colmarla. Siento que absorben todo lo que doy, y que lo que ofrezco todavía es
poco para la predisposición con la que llegan. No es que exijan más de mí, no
se trata de demanda expresa por su parte sino de su actitud frente a lo que
transmito; tengo la certeza de que, si me fuera posible dar el doble de lo que
doy, lo absorberían también. Y lo recibirían con los brazos abiertos.
Cuando llego al campus, los alumnos me saludan con “Hi madam!”
y una sonrisa de oreja a oreja. Me acompañan a clase y siempre tienen ganas de
empezar. He intentado que no me llamaran mam a cada momento y usaran mi nombre,
igual que yo hago con ellos. Les resulta complicado porque les parece una falta
de respeto, así que vamos alternando nuestros nombres con Mam/Sir. Cuando soy
yo la que les llama así, se ríen porque no lo saben encajar con naturalidad aunque
ya les he dicho que aquí somos todos Sirs y Madams, akkas (hermanas) y annas
(hermanos), más allá de que yo sea la profesora y ellos mis alumnos. El respeto no es cuestión de etiquetas.
Tras una semana, he conseguido que hasta las chicas más tímidas
hablen en clase. Por supuesto, el tema de interés universal fueron el amor y el
matrimonio. Ahí se cambian las tornas, ellas preguntan y yo contesto… Y debo
admitir que utilicé a Katy Perry de palanca: con Roar les pedí que rugieran en
clase y, aunque sigo esperando, ha habido algún maullido.
M.
Ets una crack!! Sempre ho has estat i ho segueixes demostrant!
ReplyDeletePoques persones són capaces de donar classes i rebre l'atenció dels presents, però a més fer-ho en un àmbit multi-disciplinari..? Rara avis!
Gràcies Joel! Però he de dir que el mèrit és seu, son forats negres àvids de coneixement! Ajuda bastant a fer bé la feina!
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