Las 30 horas que han pasado desde que llegué han sido
moviditas; lo máximo que he dormido seguido han sido 2h30, pero la novedad y mi
entrenamiento previo hacen que estar despierta y sociable (¡!) sea fácil. Si
estas horas tuvieran un sabor, sería el del café con achicoria que se
sirve aquí y que me sabe a café con pimienta. Sin faltar, ojo, prometo que es puramente
descriptivo. En cuanto al sonido, imaginad una mezcla de música india con el
incesante pitido del claxon de un 4x4 y, cuando lo tengáis, estaréis parcialmente
aquí. Todo eso es ya de por sí fabuloso, pero lo imbatible de esta experiencia
360º es el color.
El contraste de la piel oscura de los rostros con la
blancura de las sonrisas que portan. El color vivo de los saris, la mezcla de
telas y dibujos, los uniformes de los niños, las pinturas de las casas… nada se
parece a aquello a lo que mis ojos estaban acostumbrados en el invierno de la
ciudad condal. Durante los trayectos en coche, mirar por la ventana es un espectáculo fascinante.
Esto es Anantapur, en el estado de Andhra Pradesh (India). De
momento, casi todo lo que pueda decir al respecto es apresurado pero por suerte es un work in progress [perdonadme, he venido a dar clases de inglés e intercalo palabras o expresiones en ese idioma para que se note]. Durante los próximos
meses, viviré en RDT (“ar di ti”,
Rural Development Trust), uno de los campus de la Fundación Vicente Ferrer.
Bueno, pues sin comerlo ni beberlo, a mi llegada me uní a un grupo de andaluces
que iban a visitar proyectos de la Fundación. Tras mucha carretera para llegar a lugares de
cuyo nombre no puedo acordarme -y sí, después de una siesta que me supo a gloria pese a tener las cervicales en una posición improbable y la boca abierta- asistimos a la inauguración de una escuela
primaria y a la entrega de 36 bicicletas a niños que viven a varios kilómetros de
ella, para que puedan llegar con más rapidez y proseguir sus estudios. Ahora mismo entenderéis de qué va lo de los colores.
En una celebración como esta, los habitantes de uno o varios
pueblos se reúnen para recibirnos y varias personas pronuncian unas palabras. En
el caso de la escuela hablaron la directora, la profesora y dos chicos que habían
conseguido buenos puestos de trabajo gracias a la educación que habían recibido,
para alentar a los padres a priorizar la enseñanza de sus hijos y motivar a los
alumnos a perseverar en el estudio.
Estas celebraciones me permitieron sacar la cámara (esa
maravilla que me han regalado mis compañeros de trabajo y amigos antes de venir)
y re-descubrir que a los indios les encanta que les saquen fotos. No había
previsto la serie de retratos que nacería de mi intención de fotografiar a un determinado
grupo de niñas uniformadas. Llegó lo que parecía una avalancha de niñas, pero
también sus correspondientes padres, madres y demás parientes. Querían retratos y fotos de grupo, pese a tener sus
propios teléfonos móviles con cámara. Lo que les interesaba es que les sacara
una foto y me la llevase conmigo, pues cuando querían una foto para ellos
simplemente me pedían un selfie. Curiosamente, muchos sonreían solo antes y
después de la foto, todavía no sé por qué.
Entre la aglomeración de modelos y mis lamentables
cualidades como fotógrafa (que ni mi maravillosa cámara ni el avance tecnológico
pueden compensar) la selección de capturas finalistas para este post es la
siguiente:
Asistentes a la inauguración de la escuela, que no cabían en el interior
La madre que habló sobre la bondad de las bicicletas
Las niñas uniformadas que dieron lugar a una aluvión de fotos
Un padre con su hija
Selfie
Tres generaciones
Un hombre trabajando en un arrozal
M.
La veritat és que sorprèn molt el contrast de colors!
ReplyDeletePel que fa als somriures, suposo que és una qüestió cultural; ja tens una pregunta més a realitzar!
Joel
Si! Quan comenci a tenir respostes t'ho faré saber :)
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