Día 22 - Tesoros de la Bangalore Highway

Camino media hora por la Bangalore Highway prácticamente a diario. Es una carretera con arcenes de tierra y arena, fuertemente transitada y con poquísimas zonas de sombra. Desde luego, no es un paseo por El Retiro o Passeig de Gràcia, pero es una manera de echar a andar en línea recta sin que nada te obligue a detenerte.

Cada día, me encuentro con los mismos comercios y comerciantes, paso debajo de los mismos árboles y sobre el mismo puente, hasta llegar al Campus II. Pero no me aburre. Hay belleza en lo cotidiano. Y, si no asumes que has aprehendido todo lo que tu entorno tiene que ofrecer, acabas por percibir las pequeñas diferencias que marca un día con respecto al anterior. Todo está en perpetuo cambio, y eso me encanta. Observar es jugar a las 7 diferencias con el mundo.

Siempre me ha gustado observar. Aquí, a los guardas de Main Campus, que saludan cada uno a su manera, con matices, pero siguiendo siempre un patrón individual y propio. A Venki, el comerciante de enfrente, que siempre sonríe y me pide que me siente a hablar con él. Al "señor de los cocos", que no solo dice namaste sino que une las manos a la altura del pecho para saludarte. A una señora mayor, siempre seria y que nunca me devuelve el saludo, a pesar de mi insistencia. Las vacas que viven junto a la empresa de residuos, que consiguen encontrar algo comestible entre la variedad de objetos que pueblan el suelo, aunque no lo suficiente como para alcanzar un IMC decente. La tienda "Darling Devil", cuyo rótulo mal escrito me hace sonreír ("vegitarian products"). Al vendedor de té, uno de varios, que a veces prepara la bebida bajo la atenta mirada de las vacas que se han ido de paseo, como yo. Al señor que vende cascos y gafas de sol al borde de la carretera, cuyos clientes hablan con él sin bajarse de la moto. Y ya, al llegar, a los guardas del Campus II, a las akkas con quienes no me entiendo más que a través del lenguaje universal de las miradas, las sonrisas y los gestos, y a los alumnos.

Un mundo entero en 15 minutos de trayecto. 
 
Cuando no camino, me subo al autobús escolar que sale de Main Campus o a un rickshaw que me cuesta 5 rupias (10 si no tengo monedas, porque a los blancuchis no nos devuelven el cambio, hay que saberlo) y comparto tiempo con quien sea. No con cualquiera, sino con quien la casualidad ponga en mi camino ese día. Una vez fue un señor que me hablaba de Alá y se puso un sonotone para escuchar mi respuesta, pese a que ambos sabíamos que no conversábamos en el mismo idioma. Otra, viajé en la parte de atrás del tuktuk, algo que parece acabará prohibiéndose, mirando de frente a los vehículos que guardaban una distancia de seguridad poco menos que infartante según estándares europeos. La última, viajé con otras 6 personas porque en un rickshaw donde caben 3 caben 10. Así es la India, se hacen tetris humanos sin problemas y con la mejor de las sonrisas.

M.

Comments


  1. La quotidianitat no ha de ser sinònim de monotonia. La bellesa del moment, radica en la seva condició de ser únic.

    Nodreix-te de tot el que t'envolta, i viu al màxim cada instant!

    ReplyDelete

Post a Comment